miércoles, 4 de mayo de 2011

TENTACION DE JESUS

Un efecto inmediato de esta nueva investidura parece haber sido el que experimentan con frecuencia, en menor grado, otros que en su pequeña medida han recibido el mismo don del Espíritu para alguna obra. Todo su ser fue conmovido con respecto a su obra. Su anhelo de ocuparse de ella fue elevado al punto más alto, y sus pen­samientos se ocuparon intensamente de los medios por los   cuales  la   había   de   llevar  a  cabo.


 Aunque su preparación para su obra había durado muchos años, aunque su corazón estaba puesto en ella, y el plan de su vida estaba claramente definido, era natural que cuando se dio la señal de comenzarla inmediatamente, y se sintió repentinamente poseído de los poderes sobrenaturales necesarios para ejecutarla, se presentaron en tumulto a su mente innumerables pensamientos y sentimientos, y que buscara un lugar solitario en donde reflexionar una vez más sobre toda la situación. Por tanto, se retiró apresuradamente de las riberas del Jordán y fue impulsado al desierto, según se nos dice, por el Espíritu que acababa de serle dado. Allí, por cuarenta días vagó entre arenales y montañas áridas, estando su mente tan absorbida con las emociones e ideas que se amontonaban sobre él que se olvidó aun de comer.

Pero nos causa sorpresa y asombro cuando leemos que durante estos días su alma era escenario de una terrible lucha. Se nos dice que fue tentado por Satanás. ¿Con qué podría él ser tentado, en momentos tan sagrados?

Para entender esto es menester recordar lo antes dicho del estado de la nación judaica, y especialmente sobre la naturaleza de las esperanzas mesiánicas que abrigaban. Esperaban a un Mesías que obrara maravillas deslumbrantes y estableciera un imperio que abarcara todo el mundo, con Jerusalén como su centro, y habían puesto en segundo término las ideas de justicia y santidad. Invirtieron por completo el concepto divino del reino que no podía menos que dar a los elementos espirituales y morales la preferencia sobre las consideraciones materiales, morales y políticas. Ahora bien, lo que tentó a Jesús fue ceder en algo a estas esperanzas, al ejecutar la obra que su Padre le había encomendado. Debe de haber previsto que de no hacerlo así, era probable que la nación, viendo frustradas sus esperanzas, se apar­tara de él con incredulidad e ira.

Las diferentes tentaciones no fueron más que modificaciones de este mismo pensamiento. La sugestión de que cambiara las piedras en pan para satisfacer su hambre era una tentación a hacer uso del poder de milagros de que acababa de ser dotado, para un objeto inferior a aquellos para los cuales le fue conferido. Esta tentación fue precursora de otras en su vida posterior, tales como cuando la multitud pedía una señal, o que descendiera de la cruz para que pudieran creer en él.

Es probable que la sugestión de que se arrojara del pináculo del templo fuera también una tentación a condescender con el deseo del vulgo de ver maravillas, porque era parte de la creencia popular que el Mesías aparecería repentinamente y de una manera maravillosa; tal como, por ejemplo, si saltara del pináculo del templo para caer en medio de las multitudes congregadas abajo.

Es claro que la tercera y principal tentación, la de ganarse el dominio de todos los reinos del mundo por un acto de homenaje al maligno, no fue más que un símbolo de obediencia al concepto universal de los judíos de que el reino venidero había de ser una vasta estructura de fuerza material. Era una tentación tal como la que todo obrero de Dios, fatigado con el lento progreso de la justicia, debe de sentir con frecuencia, y a la cual personas aun de las mejores y más sinceras han cedido a veces; una tentación a comenzar por fuera en vez de comenzar por dentro, a hacer primero una gran armazón de conformidad externa con la religión, y llenarla des­pués con la realidad. Fue la tentación a que sucumbió Mahoma cuando hizo uso de la espada para sojuzgar a aquellos a quienes después iba a dar la religión, y a la que sucumbieron los jesuitas cuando bautizaban a los paga­nos primero y los evangelizaban después.

Nos causa asombro pensar en que se presentaran semejantes sugestiones a la santa alma de Jesús. ¿Podía ser tentado él a desconfiar de Dios y aun a adorar al maligno? No hay duda de que estas tentaciones fueron arrojadas de él como las imponentes olas se retiran, hechas pedazos, del seno de la peña sobre la que se han arrojado. Pero estas tentaciones pasaron sobre él no sólo en esta ocasión, sino muchas veces antes en el valle de Nazaret, y frecuentemente después en las luchas y crisis de su vida. Debemos tener presente que no es pecado el ser tentado, que sólo es pecado ceder a la tentación. Y de hecho, cuanto más pura sea el alma tanto más doloroso será el aguijón de la tentación al buscar entrada en su pecho

Aunque el tentador se apartó de Jesús sólo por algún tiempo, fue ésta la lucha decisiva; fue completamente derrotado y su poder destruido de raíz. Milton ha indicado esto concluyendo en este punto el Paraíso Restaurado. Jesús salió del desierto con el plan de su vida, formado sin duda mucho antes, endurecido por el fuego de la prueba. Nada es más notable en su vida posterior que la resolución con que llevaba a cabo este plan. Otros hombres, aun aquellos que han ejecutado grandes obras, no han tenido a veces ningún plan definido, y sólo han visto gradualmente, en la evolución de las circunstancias, el camino que debían seguir. Sus propósitos han sido modificados por los eventos y por los consejos de otros. Pero Jesús principió con su plan perfeccionado, y nunca se desvió de él ni en el grueso de un cabello. Rechazó la intervención en este plan de su madre y de su discípulo principal, tan resueltamente como lo sostenía bajo la furibunda oposición de sus enemigos declarados. Y su plan era establecer el reino de Dios en el corazón de cada hombre, y poner su confianza no en las armas de fuerza política y material sino en el poder del amor y en la fuerza de la verdad.

 
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